El nido
Juan se calzó las espuelas trepadoras, se colocó el arnés, deslizó la cuerda alrededor del tronco. Cordada a cordada trepaba hasta llegar a las primeras hojas de color pardo, las cortaba y caían al suelo. Con mucho cuidado se iba abriendo camino para llegar a la copa de la palmera. Los racimos de dátiles se esparcían al estrellarse contra el suelo asemejando a una bandada de pájaros al levantar el vuelo.
Con la copa de la palmera despejada distinguí un nido —¡Juan, hay un nido, no lo toques! —¡Está vacío!, me dijo. Así era, aquella maravillosa construcción estaba deshabitada.
¿Qué tipo de ave había escogido esa palmera y no otra para construir el nido? ¿Cuántos polluelos romperían el huevo dentro de esa especie de barquito?
No dejaba de hacerme preguntas mientras pensaba en cuantas personas sentirían su nido vacío. La soledad, la inseguridad, la ausencia…
Los padres crían a sus hijos y los preparan para el momento en que sean capaces de avanzar, velar por sí mismos e independizarse. Es parte de la vida, aunque no siempre resulta fácil adaptarse a los cambios.
¿Serían gorriones, cotorras, carpinteros, estorninos…? Quién puede saberlo. Se fueron. El nido quedó vacío.